¿Qué pierdo cuando gano lo real?
- rbravoruiz
- 25 ene 2021
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Siguiendo la línea de mi artículo anterior[1] surgió en mi mente el deseo de profundizar un poco más en la idea de realización y desrealización. Se dijo que: “podemos entender la realidad como el acto de tomar una verdad y reducirla a la forma de realidad”. Me gustaría desarrollar este punto.
Para emprender dicho desarrollo citaré dos ejemplos. El primero de ellos de la célebre conferencia dictada por Jean-Paul Sartre: “El existencialismo es un humanismo” la cual fue transcrita y convertida en el famoso libro que lleva el mismo título. En una parte de dicha conferencia sucede un debate entre el autor y el sociólogo francés Pierre Naville[2]. La discusión gira en torno a una presunta falta de compromiso político por parte de Sartre, quien es acusado por Naville de no encausar su labor intelectual hacia un horizonte concreto, específicamente hacia la causa comunista y a todo el entramado coyuntural que constituía el escenario político de la época[3]. No voy a exponer argumentos respecto a si las acusaciones de Naville sean válidas o no, básicamente porque mis modestas investigaciones e intereses distan mucho de los asuntos implícitos en dicho campo. Sólo quiero traer a colación una frase sartreana que, no solo llamó poderosísimamente mi atención, sino que me permite profundizar un poco más en el tema propuesto. La frase es la siguiente: “Marx mismo no ha cesado de vulgarizar su pensamiento; el manifiesto es la vulgarización de un pensamiento” (Sartre 1946, p. 94).
Antes de intentar desarrollar la idea quiero dejar claro que mi análisis no guarda vinculación alguna con la teoría marxista ni con el materialismo implícito en ella. Mi análisis se centra en el planteamiento fenomenológico[4] sartreano. Para comenzar, y nuevamente en plan aclaratorio, la frase aunque cueste creerlo no tiene un carácter arrogante o peyorativo. El término “vulgarizar” significa estrictamente “hacer accesible al vulgo”, es decir, que algo sea ordenado o adaptado de tal manera que pueda ser comprendido por las grandes mayorías. Debe quedar claro también, y no por ello debemos “el vulgo” sentirnos malhadadamente aludidos, que no todas las más complejas teorías científicas, filosóficas, etc., son de acceso global y que suele ser necesario que alguien nos permita acceder a una comprensión general de dichos temas. Sin embargo, lo que el vulgo pueda comprender eventualmente de la teoría de la relatividad o del desarrollo de los procesos virales en nuestro organismo, no es en definitiva la totalidad de dichos temas. De forma similar, en materia filosófica, suele suceder que existen recursos para permitir que el estudiante o el público en general podamos acceder a una comprensión general de determinadas temáticas, sin que esto implique el haber comprendido dichas temáticas en grado absoluto.
Sartre intenta explicar con la frase citada que el pensamiento de Marx es bastante más complejo de lo que su célebre manifiesto comunista pueda contener. Hay una frase popular que ilustra bastante bien esta idea: “el alumno muchas veces sabe todo lo que el profesor le enseñó, pero no sabe todo lo que el profesor sabe”. Más allá del debate entre Sartre y Naville, el argumento nos invita a pensar en las diferencias existentes entre el pensamiento y los productos del pensamiento. Una cosa es la abstracción del pensante, y otra muy diferente los esfuerzos del pensante por tratar de objetivar sus abstracciones.
Ocurre a menudo por ejemplo que, en un salón de clases, ante un concepto de alta complejidad los alumnos exijan al profesor que cite algunos ejemplos. Muchas veces el docente tiene algunos problemas para realizar dicho ejercicio, y no necesariamente porque le falte imaginación, sino porque en un nivel muy abstracto el docente entiende que la complejidad del tema se perderá en el ejemplo. Que ilustrar las cosas (a través de ejemplos), aunque suele ser una situación cómoda pedagógicamente hablando para el estudiante, reduce la riqueza implícita en la comprensión subjetiva del tema. Los (buenos) docentes de humanidades suelen ser muy cuidadosos con la entrega de ejemplos, básicamente porque son conscientes de que ciertos temas suelen perder profundidad al momento de reducirlos a la categoría de ejemplos o “ejercicios prácticos”. Suele suceder, en el mejor de los casos, que con el tiempo y la reflexión los temas que hoy “no comprendimos del todo” maduren y se diversifiquen a nivel subjetivo en la mente del estudiante, pero ello demanda una permanente revisión/meditación de los conceptos. Los ejemplos vulgarizan las ideas.
Sartre no pretendió con su expresión minimizar los aportes de Marx, por el contrario, pretendió explicar que hay mucho más en su pensamiento que lo que pueda caber en determinada obra. Otra forma de decirlo es que para conocer en profundidad a un autor no debemos caer en el error de reducirlo a ninguna de sus obras.
El siguiente ejemplo que deseo citar es sobre el genial Salvador Dalí, cuyas frases suelen estar cargadas de un espíritu mágico e intrincado. Una vez el prodigio español declaró: “…mi pintura es sólo una pequeña parcela de toda mi cosmogonía”. El sólo acto de intentar explicar dicha frase inevitablemente bajará la resolución de la misma (y a esto hay que sumarle todos mis defectos interpretativos), pero en este caso correremos el riesgo. Cuando el artista se sumerge en trance creativo pierde el control de todo. El poeta “sale de sí mismo” como el músico o el pintor. Acceden a un mundo donde no existen las reglas ni los cánones, sólo hay experiencia en bruto; una enajenante narcosis estética que inunda sus sentidos en un viaje del cual planean regresar con las mochilas cargadas de regalos para nosotros, el público. Cualquier obra de arte es algo que ocurre después. El artista es incapaz de reproducir lo que vive internamente, está condenado a fracasar en el intento, sin embargo, su obra es la única evidencia de tan inefable aventura. El público celebra la genialidad del artista, pero el artista sabe secretamente que ha fracasado, que todo su talento siempre será insuficiente para trasmitir la totalidad de sus vivencias y comprensión de las mismas, y aun así, continúa nutriendo al auditorio incondicionalmente. No puede haber paradoja más grande. Dalí sabía perfectamente que “toda su cosmogonía” no cabía en ninguna de sus obras, pero su misión (como la de todo artista) es intentarlo por la eternidad.
La realidad es precisamente eso que sucede después de ser, de un modo u otro, tocados por la verdad. La verdad es siempre íntima, es siempre una experiencia individual e intransferible. Toda realidad es siempre un acto a posteriori. La realidad es sólo una pequeña parcela de la verdad. La realidad no pasa de ser una categoría (medio) engañosa, una condición subsidiaria, una función, una reducción, un atisbo de otra cosa.
Con todo ello no pretendo subestimar la vulgaridad que reviste a la realidad, ya que todos somos vulgo; todos necesitamos reducir la totalidad para no asfixiarnos. Reducimos la totalidad para poder seguir funcionando como sujetos en un mundo poblado de objetos, objetos los cuales esconden algo más que mera objetualidad.
Si asumimos que la realidad es la última expresión de la experiencia entraremos en un callejón sin salida, en la fraudulenta impresión de que debemos apostar por alguno de los polos de la duplicidad. La verdad no promueve disputa alguna. La verdad se abstiene de mostrar una de sus caras y pretender validarla como única versión y mostrar alguna otra bajo el rótulo de perversión. La verdad se halla a salvo de su propio complejo de realidad.
[1] https://rbravoruiz.wixsite.com/website/post/es-realidad-la-verdad?fbclid=IwAR0Yhw67_TwmaIh6N_VmBbgOZ0QIzxoqv3AyrfTjI1AgSTkzUNyk27C28Zc [2] https://es.wikipedia.org/wiki/Pierre_Naville [3] En general “El existencialismo es un humanismo” es una respuesta a las constantes críticas hacia el existencialismo por parte de algunos sectores de la iglesia y del movimiento comunista. [4] La fenomenología estudia básicamente los procesos de captación y significación de la realidad.



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