Recordar es volver a olvidar.
- rbravoruiz
- 30 jun 2020
- 5 Min. de lectura

El recuerdo no siempre está relacionado con la memoria. Es bueno realizar esta distinción y así conocer más de cerca cómo el ser humano va deviniendo a través de las complejidades de su multidimensionalidad.
Los seres humanos apreciamos sobremanera nuestra historia, nuestras vivencias, el imaginario individual que con el tiempo constituye nuestra visión del mundo y de nosotros mismos, visión la cual, por otra parte, nunca es idéntica a las cosas tal y cómo sucedieron. Los seres humanos tendemos a sublimar nuestros recuerdos, a intercambiar ciertos elementos que articulan los pasajes de nuestro interés; es normal interpolar eventos inconexos entre sí, muchos de nuestros recuerdos han perdido cierto grado de fidelidad, pero increíblemente eso no los hace menos valiosos, menos reales.
La memoria tiene una participación diferente en todo ello. La memoria no recuerda, sólo registra, aprehende, copia y guarda por un tiempo específico, hasta el gradual y progresivo deterioro del disco duro llamado el cerebro humano, y de esta forma el almacenamiento de información se vuelve cada vez más deficiente y distorcionado. Sin embargo, pese a esta lamentable desconfiguración bioquímica, los recuerdos de un modo u otro permanecen. El ser humano no olvida, a pesar de su memoria.
Podemos traer a colación aquel antiguo paralelismo conceptual existente entre los dos parámetros del tiempo de acuerdo a la visión griega clásica, a saber, Cronos y Kairos. Estos dos parámetros establecen dos miradas diferentes del mismo fenómeno, dos modos distintos de vivenciar esa extraña dimensión sobre la cual todo acontece. Cronos se refiere al aspecto cuantitativo del tiempo, a los métodos adecuados para controlar la duración de los eventos, para organizar la historia, para no desatender ningún aspecto sujeto a la interrelación sociocultural entre los individuos, dicho de otro modo: Cronos es el tiempo objetivo.
Kairos (καιρός, Kairós: momento adecuado en griego), por su parte, se refiere al aspecto cualitativo del tiempo, es decir, no a la duración de un evento sino a cómo se vivencia, y cuan ilimitado puede ser su impacto en nuestra conciencia. Dicho de otro modo, Kairos constituye la subjetividad en la vivencia del tiempo.
Recuerdo haber tenido la sensación de que en la sierra del Perú los días duran más, y estoy seguro que es así. Cronológicamente aquello es improbable y hasta descabellado, sin embargo, “Kairológicamente” es algo de lo más notorio e innegable: el tiempo en la sierra acontece más lento, de la misma forma como suele ser más fugaz el paso del tiempo ante una amena conversación, y mucho más largo y tedioso en una cola de hospital; todo aquello no sólo es una abstracción figurativa, también son cosas que suceden e impactan en nuestra existencia al punto de permitirnos sentir que, en un sentido, nuestra calidad de vida depende de consideraciones de esta índole.
Pero no olvidemos que el tiempo, como tal, no existe. Me explico, no existe la escala temporal, ni las horas, minutos, segundos, días, semanas, meses, sino como meras construcciones culturales que nos permiten dotar de objetividad nuestro paso por el mundo; y claro, aquello se sostiene grandiosamente en la rigurosa observación de la naturaleza y su periodicidad, la cual es también el punto de partida para establecer complejos sistemas de predicción astronómica y astrológica, todo lo cual, no hace sino expresar, por un lado, la incognoscible maestría del universo, y por otro, la magnanimidad del intelecto humano, capaz de entender e interactuar con aquellas fuerzas sincrónicas permitiendo que la sociedad humana pueda organizarse desde tiempo inmemorial y establecerse en medio del devenir histórico de manera coherente. Un mundo sin tiempo, es decir, sin una noción organizada del tiempo, es un mundo desprovisto de toda posibilidad de progreso.
Lo paradójico acontece a partir de un acento desmedido que se le aplica a esta puntual consideración. La sociedad moderna está intentando a todas luces hacerse del control absoluto del tiempo, y las necesidades humanas actualmente dependen de la exacerbada sincronía del hombre en relación a su cultura. Dicho de otro modo, el tiempo moderno está perdiendo calidad. El tiempo moderno es cada vez más objetivo (por consiguiente, menos subjetivo). El hombre moderno no escatima en generar nuevas medidas cronológicas, pero se olvida de las consideraciones relativas a “cómo” vivirlas, el “cómo” del tiempo se está dejando de lado, ante la primacía del “cuánto”.
Es en este contexto que reflexiono en torno a la memoria y el recuerdo. Dado que el recuerdo es subjetivo; sublimado; transhistórico, es en definitiva una manifestación de la dimensión temporal del Kairos. La memoria, por su parte, constituye el factor estrictamente objetivo del tiempo, y es aquí donde pone la sociedad moderna el acento.
La memoria, hoy en día, se promueve de mil y un maneras: a través de recursos nemotécnicos, neurolingüísticos, farmacéuticos, etc. Nunca el hombre se vio tan interesado en incrementar el potencial de su memoria, una memoria orientada a la facticidad de sus labores productivas; una memoria cada vez más parecida a una unidad de almacenamiento informático. De hecho, en términos educativos, todavía no terminamos de romper el vergonzoso paradigma de la acumulación de datos, valorando más la capacidad de acopio de contenidos que el estímulo de la creatividad y la expresión de la unicidad de cada estudiante. No se observa con frecuencia que las sociedades promuevan el fortalecimiento del recuerdo, siendo que el recuerdo es más duradero y es lo único que nos llevaremos a la tumba, incluso cuando lo hayamos olvidado todo.
El padre o la madre pueden olvidar a sus hijos, pero no pueden desprenderse del potencial afectivo que los hizo ser padres, esposos, amigos. El objeto de las relaciones puede perderse u olvidarse, mas lo que la relación suscitó en el fuero interior del humano, volviéndolo más humano, deja una huella indeleble.
Actualmente no puedo recordar el nombre de muchos de mis compañeros de la escuela inicial, pero eso no tiene la menor importancia. Mi mundo interior se ornamenta de todo aquello que pasó por mi vida y afectó positivamente mi percepción de las cosas; quizá lo pueda resumir de esta manera: Aunque no recuerdo nada, no puedo vivir sin mis recuerdos.
La mejor manera de inmortalizar nuestros recuerdos no consiste en intentar registrar cada detalle, ni en esforzarse por no olvidar los contenidos, pues aquello ocurrirá
invariablemente. Los recuerdos se construyen viviendo plenamente cada día, sin afán de llevarse algo; sin la enfermiza necesidad de capturar cada vivencia y enfrascarla; vivimos en un mundo que pretende cosificarlo todo, incluso los recuerdos. No es necesario fotografiar un momento, es más importante vivirlo. El mundo moderno vive pensando que en el futuro logrará controlar un pasado y un presente que nunca vivió; que se le escapa de las manos como un puñado de agua que ansia rebeldemente volver a las orillas de la efimeridad.
“Tan insignificante es, en definitiva, el papel que para mi representa la memoria en todo este asunto, que a veces tengo la impresión de no haber vivido el suceso que se rememora, sino que solamente lo he inventado”
Sören Kirkegaard.



Comentarios