¿Ad hominem o paradoja existencial?
- rbravoruiz
- 2 sept 2020
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Actualizado: 3 sept 2020

El cineasta y documentalista argentino Alejandro Fernández Mouján estrenó en el año 2016 una de las producciones más desgarradoras en la historia del cine documental de la Argentina y probablemente de Sudamérica: Damiana Kryygi[1]. Esta es la historia (real) de una niña de tres años secuestrada luego de la brutal matanza a los miembros de su comunidad, una tribu perteneciente a la etnia Aché[2], pobladores originarios de Paraguay. Las investigaciones de Fernández señalan que el atentado ocurrió luego de que miembros de la tribu intentaran cazar un caballo. Los nativos fueron asesinados en señal de castigo y la pequeña tomada prácticamente como esclava, todo esto ocurrió en 1896. La pequeña, que fue bautizada como Damiana, fue entregada a un grupo de antropólogos europeos quienes la sometieron a diversos estudios despojándola de toda dignidad; el registro más desgarrador de todo ello es una fotografía de la niña desnuda en el jardín de un hospital psiquiátrico a los 14 años.
Uno de los datos más importantes es que el hospital en el cual fue recluida era dirigido por el eminente psiquiatra y filósofo Alejandro Korn[3], quien junto a luminarias como José Ingenieros[4] es considerado uno de los padres del pensamiento filosófico de Argentina. Fernández señala que Damiana antes de ser internada en el psiquiátrico fue llevada a casa de Korn para trabajar como sirvienta. Las razones de su reclusión son desconocidas y las especulaciones muy diversas. Lo que llama la atención al respecto es una serie de sucesos expuestos por el investigador, por ejemplo, que Korn presuntamente permitiera que Damiana fuera tratada como un objeto de estudio por el antropólogo alemán Lehmann-Nitsche[5], en su calidad de director del hospital donde la niña estaba internada, y que fue precisamente durante su gestión que Damiana fuera fotografiada desnuda, cual animal experimental, por el científico alemán. No hay mayor registro ni material jurídico que compruebe de un modo fehaciente que Korn participó activamente en el sometimiento de la niña junto a Lehmann-Nitsche, aunque los hechos narrados por Fernández son, desde ya, bastante elocuentes.
El punto que me produce una particular inquietud es pensar en la posibilidad de que un personaje como Korn pueda estar implicado en una situación tan alejada de los ideales del obrar filosófico que encarnaba. Independientemente de las diferencias ideológicas de las distintas escuelas filosóficas, subyace en todas ellas un anhelo de trascendencia, de amor por la humanidad, por el saber, por intentar elevar el espíritu humano más allá de la cotidianidad, del conformismo, de la tendencia al automatismo que nos gobierna; ciertamente no hay lugar para la indolencia y la perversidad. Quisiera pensar que Korn no estuvo al tanto de los pormenores de esta vergonzosa situación.
Por otro lado, la duda que ahora aparece en mi conciencia y que de alguna manera hace alusión al titulo del presente texto, es si existe la posibilidad de que una persona capaz de promover ideas tan alturadas y humanizadoras, pueda al mismo tiempo ser partícipe de una serie de hechos que demuestran en la práctica una mentalidad completamente contraria a lo que predica. Se me viene a la mente la famosa denominación Ad hominem, la cual refiere a un tipo de falacia argumentativa, empleada en lógica, que consiste en desestimar los argumentos de alguien en virtud de su mala conducta, o de ciertas acusaciones que pesan sobre él o ella. Se puede ilustrar de esta manera: “las ideas de fulano suenan bien, pero recordemos que fulano es simpatizante de mengano, y mengano es un criminal, por la tanto no vale la pena escuchar a fulano”. Este tipo de lógica suele aplicarse comúnmente en diversas áreas de nuestra interacción comunitaria. Desde ese lugar tendríamos que desestimar todo aporte conceptual erigido por alguien cuya hoja de vida tenga algún tipo de mancha.
Me viene a la mente también la histórica acusación que pesa sobre el genial Martin Heidegger, respecto a su afiliación ideológica con el nacional socialismo[6]. Hay grandes teóricos que se desgañitan defendiendo la posición del pensador alemán; algunos lo perdonan o justifican, otros lo condenan. Lo que no puede negarse es que si eliminamos a Heidegger del panorama cultural del siglo XX tendríamos que suprimir también sus aportes a la psiquiatría moderna, entre otros. ¿Qué sería lo correcto?
A riesgo de generar polémica y rechazo, me animo a pensar en voz alta sobre ciertos líderes religiosos acusados justa y genuinamente de diversos crímenes, los cuales no solo desacreditan a los individuos en cuestión, desafortunadamente también a toda la tradición que representan. El juicio popular muchas veces adquiere esta lógica: “si ellos promovían esa religión y cometían esas atrocidades, entonces esas religiones son un engaño”. Todo ello culmina en una sistemática estigmatización del mensaje que el religioso portaba, constituyendo aquello un tipo de falacia argumentativa como la anteriormente expuesta: “fulano solía hablar de las montañas. Pero fulano mató a sultano, por consiguiente, las montañas no existen”. Estamos ante la negación irrestricta de las posibilidades culturales de un mensaje compartido por un mal mensajero, o mínimamente por un mensajero que incurrió en mala conducta. Si el mensajero falla, tenemos que desechar el mensaje.
Ante esta situación prefiero pensar en la posibilidad de una paradoja existencial[7]. Es decir, en lo contradictorio y paradojal que constituye el hecho de que un ser humano falible o decididamente mal portado pueda en un momento de su vida compartir un mensaje valioso. Esto nos habla en definitiva de la tragedia humana en su máxima expresión; los seres humanos somos autores de cielos e infiernos, y nuestros cielos no dejan de ser azules por la rojedad de nuestros infiernos, ni viceversa. La paradoja existencial consiste en asumir lo humano del humano, ese humano que cuando falla decimos de él: “hay que entenderlo, es humano”, y cuando acierta le decimos: “te felicito, fuiste muy humano”.
Quizá el error estriba en la idealización del mensajero. En la inmadura noción de que el depositario del mensaje debe ser inmaculado y libre de tacha, como cuando aquel que destaca es elevado a una categoría sobre humana, exenta de toda inclinación mundana; esa mundanidad que habita en nosotros y que detestamos ver en otros. Creo que una manera de negar (o sublimar) nuestra mundanidad consiste en idealizar a otros.
No es mi intención justificar la criminalidad de aquel que incurrió en un crimen. Si alguien hizo algo indebido, malo o aberrante merece ser castigado[8] a la medida de las legislaciones humanas, e invariablemente a la de aquella legislación supramundana que gobierna los sucesos naturales. Pero me parece importante, justo y necesario hacer una sustancial distinción de las cosas: el mensajero y el mensaje.
Si el mensajero delinque debe ser castigado. Si el mensajero utiliza el mensaje para delinquir, debe ser castigado con mayor severidad. Mas acusar al mensaje de ser cómplice del mensajero constituye una arbitrariedad, un síntoma de inmadurez instructiva y de fanatismo. Todo mensaje debe ser expuesto al escrutinio crítico del ser pensante. Todo mensaje es independiente del mensajero; puede influirlo positivamente si el mensajero se absorbe en la idealidad del mensaje; como también puede el mensaje ser instrumentalizado por el mensajero para fines ajenos a la agenda del mensaje, pero el valor del mensaje es independiente de su depositario.
Mi humilde opinión es la de no desechar el mensaje antes de evaluarlo exhaustiva y rigurosamente. No desestimar una tradición por estar en boca de alguien que falla. Hoy en día es muy común toparse a menudo con malos mensajeros, pero también es muy común ser testigos de la ligereza con la que muchas personas desestiman, niegan (sin conocer ni entender) y hasta promueven la supresión de determinados mensajes, motivados por la decepción e indignación que les produjo toparse con un mal mensajero.
El punto es que la eventual incapacidad de distinguir mensaje y mensajero puede jugar en contra de la posibilidad de expandir nuestra visión del mundo, de adquirir mayor hondura en el abordaje cognitivo y metacognitivo de cada experiencia que llega a nosotros. La paradoja humana consiste en aceptar que ese mismo mensajero falible, frágil, vulnerable, tendencioso (y un largo etcétera), puede ser al mismo tiempo, quizá, el portador de aquello que andamos buscando y que con algo de suerte recibiremos de sus temblorosas manos.
“¡Triste época es la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”. Albert Einstein.
[1] https://revistaideele.com/ideele/content/damiana-kryygi [2] https://es.wikipedia.org/wiki/Ach%C3%A9s [3] http://www.filosofia.org/enc/fer/1941306.htm [4] https://www.biografiasyvidas.com/biografia/i/ingenieros.htm [5] https://es.wikipedia.org/wiki/Roberto_Lehmann_Nitsche [6] El nacionalsocialismo (en alemán, Nationalsozialismus), comúnmente acortado a nazismo, es la ideología del régimen que gobernó Alemania de 1933 a 1945 con la llegada al poder del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán de Adolf Hitler. [7] Para una mayor comprensión de este concepto recomiendo la lectura del libro “Paradojas Existenciales” del psicoterapeuta argentino Gabriel Jorge Castellá (San Pablo, 2010) [8] Utilizo el término castigo como solía entenderlo el filósofo alemán Max Scheler, como aquella instancia que me “castifica”, que me permite liberarme de la culpa.



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