top of page

Ética conjuntiva: una mirada lógica del comportamiento

  • rbravoruiz
  • 2 dic 2022
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 4 dic 2022


ree

Un factor preponderante en la vida de cada persona es el camino por el cual transitarán sus ideales y las normas de conducta adoptadas para pavimentar dicha ruta. Si considero adecuado o deseable promover alguna idea, cualidad, principio o culto no tardaré en constituir un manual normativo que he de cumplir a cabalidad, desarrollando la certeza de que mientras más alineada se encuentre mi conducta a dicho manual, más me estaré acercando a los objetivos que persigo. En gran medida, esta es la idea general que tenemos muchas veces en torno a lo que conocemos como ética. Sin embargo, quisiera ensayar algunas reflexiones sobre ello, en particular, sobre cuan compatible (o incompatible) resulta ser una actitud recalcitrante, en relación a mis normas de vida, con la posibilidad de concretar aquello por lo cual en una primera instancia sentí una suerte de llamado.

En lógica proposicional se emplean, entre muchos otros rudimentos, dos conectores (lógicos) más que conocidos por todos destinados a determinar la naturaleza de un enunciado, a saber, el disyuntor y el conjuntor. El primero de ellos, el disyuntor, cumple la función de establecer un contraste, una distinción, una elección entre dos o más elementos que nos invitan a apropiarnos de uno y, por consiguiente, despojarnos de los otros. El disyuntor está representado por la “o” (“o” esto “o” aquello). Este es el camino de toda disyuntiva. Muchas de nuestras elecciones vitales se encuentran configuradas bajo los parámetros de la disyuntiva: ser o no ser, ir o no ir, hablar o callar, perdonar o castigar, etc. Es muy común que la defensa y promoción de nuestros ideales, sobre todo cuando se peinan pocas canas, se articulen desde la óptica disyuntora; muchas veces le ponemos el rótulo de no negociable a casi todo aquello que de alguna manera contradiga los estándares que asumimos como parte de nuestra conducta y acervo cotidiano. El problema de esta postura es que, si bien imprime una cuota fundamental de aplomo necesario para constituir certezas, muchas veces nos aleja de la posibilidad de abrazar alternativas más cercanas a la comprensión de los dilemas e intereses ajenos trayendo consigo una especie de bifurcación; por un lado, nos sentimos más seguros (o tenemos la impresión de estarlo) y por otro lado, atrofiamos de algún modo las coyunturas de nuestro carácter al inflexibilizarnos tanto que apenas podemos empatizar con el resto. Podemos intentar resumir esta postura mediante la siguiente fórmula: si tengo que suprimirte con tal de no traicionarme no me temblará la mano para hacerlo.

Con todo lo dicho no pretendo demonizar la función disyuntora, ya que, como todo en la vida, esta ha de tener un espacio y un grado de aplicabilidad que es preciso descubrir y darles la ponderación adecuada. Sin embargo, pasaremos a reflexionar en torno al segundo elemento de nuestro análisis y contrastarlo con el primero.

El conjuntor, a diferencia del disyuntor, no promueve que elijamos entre una u otra ruta, sino que las conjuguemos entre sí buscando con ello una nueva sustancia quizá antes desconocida por nosotros. Como ha de suponerse, el conjuntor está representado por la “y”: esto y aquello, comer y no engordar, beber y no embriagarse, perdonar y castigar, etc. En el marco de nuestra militancia política, religiosa, ideológica o valorativa resulta bastante complejo el introducirnos en el manejo conjuntivo ya que preferimos abrazar las certezas, las cuales, generalmente (por no decir indefectiblemente) se hallan involucradas con las elecciones radicales, con la inflexibilidad, con la postura severa e incondicionada, aquella que frunce el ceño y nos brinda un cierto talante intimidatorio. La “y” suele estar relacionada con la aceptación de la duda, de la paradoja, de las corrientes contrapuestas que se abrazan a riesgo de mantener la incertidumbre propia de quien no asume por inalterable ningún principio. Ciertamente la dificultad de abrazar una actitud conjuntiva estriba en la aceptación de la tensión psicológica que supone la incertidumbre, el hecho de asumir que no debe asumirse nada más que la imposibilidad de estar demasiado seguros de algo.

De esta forma toda ética, como toda idea expuesta de modo propositivo, se constituye tanto de elementos disyuntores como de conjuntores y de muchos otros matices capaces de enriquecer el pensamiento y por ende las acciones. Así pues, con estas reflexiones intento comprender cuan complejo resulta para la edificación de nuestra escala de valores la aceptación de los opuestos, la posibilidad de fundar la excepción a toda regla a riesgo de ser acusados de inconsecuentes o blandos, siendo qué, para flexibilizar unas bisagras poco aceitadas es preciso suavizar ciertas coyunturas que al comienzo de los tiempos suelen ser tan inconmovibles como las rocas, pero incluso estas con el tiempo cambian de forma. No hay nada que el tiempo y un poco de arte no sean capaces de modelar y temperar.

Solicito al lector evitar asumir estas ideas con demasiado ímpetu moral, ya que no pretendo establecer una suerte de supremacía de lo conjuntivo sobre lo disyuntivo, pues, como señalé antes, ambos campos (el de la “o” y el de la “y”) han de constituir la totalidad del paisaje existencial expuesto ante nosotros. Lo que pretendo es recordarme (y a todo aquel que se sume a mi iniciativa) que, tan importante como asumir estándares éticos de diversas índoles, es la adquisición de ciertos insumos que nos capaciten para ser, al mismo tiempo, consecuentes (con nuestros valores) y comprensivos con todo aquello que resida en un perímetro ajeno al de nuestros intereses. Se mide la inteligencia del individuo por la cantidad de incertidumbres que es capaz de soportar. Immanuel Kant.

 
 
 

Comentarios


Publicar: Blog2_Post
bottom of page