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El cerebro: ¿Autor o asistente?

  • rbravoruiz
  • 18 ago 2020
  • 5 Min. de lectura

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Luego de resistirme durante años a ver alguna de las famosísimas series de Netflix o Prime Video, no por desinterés, sino por temor a quedar enganchado a ello, terminé casi accidentalmente viendo con mi familia “The good doctor”, protagonizada por el genial Freddie Highmore, a quien conocía por la bellísima “August Rush”. Sin ánimos de spoilear al lector, la serie básicamente narra la historia de un joven con autismo que termina convirtiéndose en uno de los más destacados médicos cirujanos del prestigioso “San Jose St. Bonaventure Hospital”. En uno de sus capítulos, una mujer, víctima de una extraña condición cerebral por la cual no podía ejercer esfuerzo físico alguno, estaba condenada a vivir prácticamente recostada en su cama. Luego de evaluar su caso, la prominente junta médica del hospital planteó una solución atípica: una compleja operación que permitiría remover su condición vegetativa, aunque, al costo de dañar cierta habilidad asociada a la zona cerebral de la intervención, esto era, la expresión del amor filial; es decir, luego de la cirugía la mujer correría el riesgo de ver afectada la capacidad de amar a su hijo. Tras considerar los pros y contras decide asumir el riesgo y someterse a dicha intervención. Dejo sin spoilear (más) la conclusión de la historia.


El punto sobre el cual quiero reflexionar es respecto a si aquellas funciones biológicas asociadas a la expresión emocional del individuo -tal como ocurre con las que ejerce el sistema límbico; o la producción de sustancias como la endorfina, la dopamina, la oxitocina, asociadas a la generación de estados de felicidad, amor y satisfacción- constituyen la génesis o punto de partida de los diversos fenómenos psicológicos/emotivos del ser humano.


Nietzsche creía que los valores son una manera humana de interpretar el mundo, es decir, no es que la experiencia humana posea valores a priori, sino que los valores son una manera humana de intentar significar el mundo. Algo similar planteaba Freud cuando solía explicar que el amor era la sublimación del impulso sexual, lo que daría pie a frases como: “el amor es un estado de psicosis temporal”.


En mi ensayo Psicología y ancestralidad[1] intenté explicar los diferentes modelos antropológicos asociados a las diversas orientaciones médicas, psicológicas y psicoterapéuticas, entre las cuales figuran las neurociencias y la psiquiatría; desde dichas disciplinas, asociadas a una antropología monista[2], la realidad humana es concebida como un conjunto de fenómenos agrupados en el contexto de una dimensión única cuya naturaleza es estrictamente somática, siendo todo aquello que no puede explicarse cabalmente en términos biológicos simplemente una derivación de la actividad cerebral; dicho de otro modo, las emociones, la espiritualidad, el sentido del humor, constituyen únicamente un conjunto de epifenómenos[3] del organismo, es decir, una manifestación inmaterial correlativa al cuerpo sin ninguna participación de una dimensión ajena al perímetro de lo estrictamente orgánico. O, más fácil: los sentimientos humanos son meras producciones del cerebro.


Hoy en día es prevaleciente este discurso, la ideología cientificista se volvió el sentido común, y todos los marcos de conocimiento considerados válidos o mínimamente serios necesariamente deben estar afiliados a esta cosmovisión sobre la cual descansan la mayoría de instituciones que rigen los estándares educativos, sanitarios, ideológicos, y políticos de nuestra cultura. Es común que luego de ver una escena como la del caso clínico de la serie, uno reflexione más o menos así: “es increíble lo maravilloso que es el cerebro”, o: “y pensar que todas estas emociones dependen de un órgano tan frágil”.


Tal como sugiere el título del presente escrito, ¿Será que estos fenómenos son autoría del cerebro y su compleja actividad electroquímica? o ¿Será más bien que la sofisticada ingeniería del cuerpo constituye el campo de expresión de algo que se encuentra más allá del organismo? ¿Es el cerebro creador de contenidos o más bien el ente que facilita la manifestación de los mismos? y, de ser así ¿Cómo, desde dónde, y bajo qué parámetros identitarios se llevaría a cabo esta milagrosa dinámica llamada “lo humano”?


Muchas preguntas pueden seguir surgiendo en esta línea de ideas, por ejemplo, considerando que el fenómeno llamado “empatía”, tan en boga en la actualidad, está asociado con la interacción de las llamadas neuronas espejo: ¿Sería correcto afirmar que nuestra capacidad de sentir una profunda consideración por el otro, de condolerse con el que sufre y comprometerse con su padecimiento, obedece a una mera acción mecánica cuya configuración o desconfiguración garanticen la autenticidad del fenómeno? ¿Podríamos decir que la habilidad para ponerse en los zapatos del otro, para percibir su tristeza, enojo, preocupación, o sus temores más profundos e intentar mostrar una actitud compasiva, depende estrictamente del apropiado funcionamiento del mecanismo especular? ¿No equivaldría aquello a considerar que la belleza de un diseño gráfico o de un texto escrito en Word dependen estricta y exclusivamente del buen funcionamiento del algoritmo asociado al software con los cuales se producirían? ¿Acaso un computador puede crear arte? ¿Puede crear literatura o música? o, siguiendo un criterio muy similar al anteriormente expuesto, ¿Todo aquello no estaría basado en una mera relación instrumental autor/medio de expresión?


El diseño gráfico, la música por computadora, y todo aquello que se produzca informáticamente dependen de una orden humana para su generación. A este respecto quisiera referirme a otro evento anecdótico de las redes sociales que sirve para ilustrar esta línea reflexiva. Hace unos días vi publicado en algún muro de facebook una vídeo noticia a cerca de un robot que puede reproducir complejas partituras musicales a través de unos brazos mecánicos que ejecutan un piano. Muy en la línea del pensamiento contemporáneo, la mayoría de comentarios eran de tipo: “¡Qué maravilla, dentro de poco no necesitaremos pagarles a los músicos para que animen nuestras fiestas!” y cosas por el estilo. Para quienes verdaderamente entienden de música o, mínimamente poseen una relativa capacidad de escucha sensible, aquella ejecución robótica es absolutamente desabrida, plana, y carente de todo matiz de expresión. Técnicamente hablando, todas las notas sonaban igual, y todo músico sabe que lo que confiere expresión a la ejecución de un instrumento, entre otras cosas, es el juego de intensidades aplicados a cada nota según el contexto y estado anímico. Aún si el robot es programado para darle dicho carácter a su ejecución, es el ser humano quien realiza dicha planeación y configuración, dándole al robot las órdenes necesarias para que ejecute el piano de tal o cual manera; es el ser humano quien interpreta a través del robot. Incluso si alguien pretendiera argumentar que los nuevos algoritmos de inteligencia artificial permiten que el robot “cree” sus propias expresiones y respuestas basadas en el bagaje instalado en su memoria; el argumento se le caería ante la elemental respuesta de que todo ello nace de la inventiva humana, de su creatividad, la cual a su vez, y aquí expreso mi opinión personal, no encontrará su génesis en la mera interacción de sus células cerebrales.


Dejo estas reflexiones sin ánimos de intentar persuadir al lector a contraer mi forma de pensar/ver el mundo, pero me parece importante cuestionar este poco saludable imperialismo cultural que promueven muchas de las actuales posturas positivistas[4], ya que corremos el riesgo de reducir toda experiencia humana a la categoría de “fenómeno cerebral”, corriendo a su vez el riesgo de dejar de asumir responsabilidad y postura ante aquellos sucesos existenciales que demandan de nosotros una respuesta y asunción concretas (y personales). Temo que llegue el día en que los seres humanos pretendamos solucionar nuestros dilemas existenciales sometiéndonos a extrañas cirugías o tomando pócimas legales que prometan liberarnos de la angustia, del sin sentido, del temor a la muerte, del dolor del duelo, bajo la premisa de: “Todo está en el cerebro. La técnica lo es todo”.

[1] Dejo el link: https://rbravoruiz.wixsite.com/website/post/psicolog%C3%ADa-y-ancestralidad?fbclid=IwAR2Be8PcynESt-n4FYJc68GXPH6fFvbF2Crb1EeYo5vyIp-Jbt24EAagNbw [2] Modelo antropológico que concibe al ser humano como constituido por una sola sustancia, a saber, el cuerpo. [3] Dícese de un fenómeno que emana o es producido por otro fenómeno. [4] Teoría filosófica que considera que el único medio de conocimiento es la experiencia comprobada o verificada a través de los sentidos.

 
 
 

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