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El diálogo: Una entidad viva.

  • rbravoruiz
  • 6 ago 2020
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 8 ago 2020


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Durante toda la semana pasada tuve la oportunidad de participar de una jornada intensiva de estudio en relación a lo que podemos denominar diálogo existencial fenomenológico[1], lo cual constituye todo un enfoque terapéutico que, a groso modo, podríamos clasificar dentro del vasto panteón de propuestas psicoterapéuticas existencial humanistas. Pero, en resumen, de lo que se habló en dicho encuentro fue del poder del diálogo como un recurso capaz de promover más que la mera sanación o la resolución conflictiva de alguien o algo, pues la idea general que se tiene sobre la terapia es la de una disciplina que busca resolver problemas. No, en este contexto, el diálogo se presenta como algo mucho más abarcativo y complejo; una conversación poderosa[2] puede llegar a ser la expresión del más genuino encuentro humano en donde las partes que la conforman se entregan a una experiencia totalmente desconocida, de la cual no se tiene sino sólo la disposición a participar valiente y comprometidamente en la co-construcción de algo que antes no existía y que se irá mostrando en el interín de su desarrollo, de tal manera que aquel o aquellos que salen del diálogo son dos o más seres totalmente diferentes a quienes eran antes de entrar en él.


Las conversaciones poderosas no tienen guion, derroteros, objetivos claros; las más reveladoras conversaciones cobran vida propia y marcan la pauta de una ruta desconocida y apasionante que permite a sus participantes permanecer en constante asombro ante las más inesperadas apariciones, puntos de vista, ideas, e incluso perspectivas propias que no sabíamos que poseíamos y que en un sentido no nos pertenecen, son propiedad exclusiva de la conversación.


La filosofía es algo muy presente en el devenir del diálogo existencial fenomenológico, en realidad cualquier forma de filosofía es un permanente desarrollo o movimiento dialéctico. La dialéctica, dicho sea de paso, refiere a una particular manera de generar un movimiento en el habla, un movimiento inesperado y develador; la dialéctica es la forma más humana de conocer las ideas. Por lo general tenemos la idea de “la idea” como algo que se piensa, evidentemente hay lugar para el pensamiento en la promoción de una idea, sin embargo, es recién en el despliegue del habla, del discurso, cuando la idea se arroja al mundo y se da a conocer de manera más o menos concreta, el pensamiento nace mediante la palabra.


La lengua humana da a luz a la cosmovisión y le permite desarrollarse más y más en la medida que pueda conocer otras cosmovisiones con las cuales danzará en la pista del diálogo, encontrando en otras lenguas nuevas posibilidades de seguir madurando y creciendo, modelándose y reproduciéndose una y otra vez. Suelo decir que los filósofos aman hablar, aman escuchar y escucharse, no necesariamente porque saben algo, sino porque necesitan seguir sabiendo, dependen del diálogo para conocerse y seguir alumbrando sus ideas de diversas maneras y adoptando cada vez mayores compromisos en la forma de obtener nuevos conocimientos que les permitan enriquecer sus movimientos, ampliar el bagaje de sus ondulaciones dancísticas, permitiendo así que sus dialogantes puedan aprovechar más y mejor sus pasos.


En este sentido, podríamos decir que el diálogo no es un artículo de pertenencia de uno o de otro, ni siquiera de ambos o de todos los participantes de una discusión. El diálogo tiene vida propia: enseña, devela, alumbra, transforma, cuestiona, duda, asevera y cuestiona nuevamente lo anteriormente aseverado, porque jamás se cansa de arengar al hablante a que siga un curso ascendente en su comprensión de las cosas. El diálogo es en sí una entidad viva, una tercera persona que enriquece incesantemente a las dos primeras, manteniéndolas en constante asombro, en un prolongado suspenso que los invita a despojarse de toda presunción de conocimiento, de toda tendencia a creer/sentir que nuestro andar a concluido. Entregarse al diálogo supone mantenerse siempre abierto a la posibilidad de que no lo sabemos todo, de que la cordura se pierde en el momento en que consideramos que no hay más camino por recorrer, que no hay más esfuerzos por realizar, podemos decir que el sendero de las conversaciones poderosas es una invitación a mantener vigente la certeza de que no tenemos certeza alguna.


Sabemos desde Sócrates que la dialéctica constituye el recurso cognitivo más poderoso, y que en ese sentido la mayéutica[3] es el termómetro del entendimiento. La historia nos cuenta que Querofón[4] acudió al oráculo de Delfos, ansioso de saber quién era el más sabio entre los mortales. Grande fue su sorpresa al enterarse que Sócrates fue señalado como el más sabio entre los hombres. Al saber Sócrates lo que dijo el oráculo, y luego de meditarlo profundamente dijo: “el oráculo no mintió, soy el más sabio entre los hombres, pero mi sabiduría consiste en reconocer mi propia ignorancia”. Desde ese día Sócrates se propuso ayudar a sus contertulios a reconocer la fragilidad de sus certezas en aras de seguir cultivando el asombro y la sabiduría. Sócrates decía de sí mismo que era un partero, como su madre, pues asistía a sus dialogantes en el alumbramiento de sus propias ideas, ideas las cuales nacían sólo tras la muerte progresiva de toda falsa certeza. Para Sócrates dialogar era descubrir que no sabía lo que creía saber.

Por supuesto que el poder del diálogo incluye también la posibilidad de investir al hablante del poder de sanar, de la capacidad de construir un mundo de posibilidades terapéuticas. De hecho, en el fondo, la psicoterapia no es otra cosa que “la cura por la palabra”[5] y los buenos psicoterapeutas saben promover conversaciones poderosas. Respecto a este punto podríamos establecer diversos criterios que nos permitan a su vez comprender las divergencias y puntos de encuentro de las distintas propuestas psicoterapéuticas, pero no es este el momento ni el espacio adecuado para ello, me basta con reafirmarme en lo anteriormente expuesto: una terapia dialogal que no promueva una conversación poderosa (humana, sensible, compasiva, apasionante) y que se limite al análisis psicopatológico del otro dialogante, se limita a sí misma y se despersonaliza. La propuesta terapéutica existencial no busca prioritariamente “solucionar” un problema, sino conocerlo profundamente; explorarlo, validarlo y partir de él para entender qué es aquello que el individuo quiere decir a través de sus problemas.


Nietzsche dijo: “Si pudiéramos ver la realidad, veríamos que es un caos que danza”. Quizá con esto quiso decir que, en un sentido, todo se está haciendo permanentemente, que no hay nada terminado, que la dialéctica universal sigue una marcha incesable hacia una plenitud inacabada. Toda conversación es una danza: caótica, ordenada, estética, irrestricta, libre, sinuosa, todo abrasiva.


Quiero dejar claro que una conversación poderosa no es algo barato u ordinario; no toda conversación lo es. Pero no se necesitan grandes conocimientos, grados académicos, o un profuso vocabulario, no, las conversaciones poderosas no demandan más que el compromiso de abrirse al otro, de mostrar nuestra vulnerabilidad, de entregarse a la espontaneidad, de confiar en el destino y tener plena fe en la grandeza humana y en la generosidad de su corazón. Tal como plantearía Viktor Frankl, debemos tener fe en el sentido; también podríamos decir: debemos tener fe en el diálogo. Y, como dice el poeta: “…caminante no hay camino, se hace camino al andar”[6], cito al mismo Yaqui Martínez quien dice: “Caminantes no hay caminos…ni caminantes; al menos no caminantes completamente formados ni definitivos. Al andar se harán los caminos y se irán creando los caminantes. Caminantes que se co-construirán el uno al otro, al ir descubriendo los diversos caminos misteriosos y las asombrosas formas de andar”. (Martínez, 2017, pp.85).

Bibliografía

-Martínez Robles, Yaqui Andrés. Psicoterapia Existencial Vol 1. CIR-EX. México 2012.

- Martínez Robles, Yaqui Andrés. Terapia Existencial Vol 2. CIR-EX. México 2017.

-Platón. Apología a Sócrates.

[1] Encuentro promovido por el Círculo de Estudios en Psicoterapia Existencial de México. [2] El concepto de conversación poderosa fue acuñado por Yaqui A. Martínez, presidente del CIR-EX. [3] Método empleado por Sócrates, quien por medio de preguntas hace que el alumno descubra conocimientos. [4] Discípulo de Sócrates. “Siempre medio alocado” le llama, con afecto, Sócrates en el Carmides de Platón. [5] Definición que generalmente se le atribuye al psicoanálisis. [6] Antonio Machado, 1973.

 
 
 

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