El drama de la voluntad
- rbravoruiz
- 2 jun 2020
- 3 Min. de lectura

Estamos habituados a usar palabras como “voluntad” o “conciencia” sin advertir todo aquello que omitimos al pronunciarlas, quizás por inercia o desconocimiento, o una fatal combinación de ambas cosas. Por ejemplo, si alguien no es lo suficientemente resuelto para realizar tal o cual labor inmediatamente decimos “aquel no tiene voluntad”. En un sentido no nos equivocamos, sin embargo, aquello que creemos entender como “falta de voluntad” constituye una mínima porción de lo que implica comprender el fenómeno en su totalidad. Podemos comparar aquello que comprendemos o en lo cual estoy enfocando mi mirada con la punta de un iceberg, perdiendo de vista todo un conglomerado de elementos que conforman el paisaje que se halla oculto a la mirada común. Dicho de otro modo, y en este caso en particular, generalmente sólo puedo ver “la punta” de lo que se conoce como “voluntad”.
De acuerdo con el psicólogo existencialista Irvin Yalom[1], esto ocurre básicamente porque el bagaje psicológico disponible para realizar un análisis minucioso de este fenómeno es insuficiente e incluso castrante, qué decir de los intentos de aquellos que pretenden emitir un juicio, lo cual es su legítimo derecho, desde la mera intuición o saber popular. Una vez más se enfatiza en la necesidad de traer a colación el obrar filosófico para intentar desentrañar el profundo misterio detrás de los actos humanos, los cuales aparentemente entendemos o creemos que conocemos, pero que encriptan toda una cadena de significantes que, de no ser desvelados desde su más profunda y vivificante concepción, nos mantendrán en las afueras del fortín del autoconocimiento.
Yalom, citando a la destacada psiquiatra estadounidense Leslie Farber[2], divide la voluntad en dos dimensiones o reinos: una voluntad consciente y una preconsciente. La primera es la más común y es seguramente aquella a la cual nos referimos cuando hablamos de voluntad. Esta voluntad consciente tiene la característica de ser accesible a nuestra experiencia por medio de la exhortación: comúnmente usamos expresiones como “tú puedes”, “anímate”, “tú eres capaz de hacerlo”, y demás fórmulas motivacionales empleadas no sólo por “personas comunes” sino también por terapeutas profesionales, las cuales suelen traer en muchos casos resultados favorables en relación al objetivo implícito en la expresión; dicho de otro modo, al alentar incansablemente al otro podemos empujarlo a que logre aquello que no se atrevía a alcanzar antes de nuestra intervención.
Sin embargo, aquello constituye la “punta del iceberg”, pues existe todo un universo de consideraciones relativas a la otra dimensión o reino de la voluntad pre consciente, a la cual podemos denominar “voluntad profunda” y se encuentra íntimamente ligada a muchas de nuestras acciones (o inacciones) del día a día; a nuestra forma de interrelacionarnos con el mundo, y sobre todo, a la consolidación de nuestros vínculos. No está demás aclarar que, sobre dicha dimensión o reino de la voluntad pre consciente, sabemos poco o nada.
Muchos conflictos humanos derivan de una escasa comprensión del sí mismo; de una pobre capacidad de auto intimación; de la eventual imposibilidad de relacionarnos espontáneamente con el núcleo de nuestra “voluntad profunda” y como consecuencia de ello nos limitamos a perseguir metas convencionales, sujetas generalmente al contenido de los cientos de slogans motivacionales que intentan empujarnos a obtener tal o cual logro, no necesariamente porque así lo deseemos, sino porque el común denominador de personas así lo piensan. Desde este lugar es fácilmente identificable el hecho de que la mayor parte de trastornos de la voluntad derivan del hecho de que en muchos casos solemos desear los deseos de otros.
Corremos el riesgo de vivir de espaldas a la concreción de nuestras realizaciones más íntimas desconociendo que el futuro es todo aquello reservado exclusivamente para uno. Hannah Arendt sentenció: “la voluntad es el órgano del futuro”, aludiendo con ello al hecho de que no existe un “futuro para todos", la voluntad profunda implica el compromiso de descubrir nuestro deber propio, único e irrepetible, aquello que se encuentra más allá de la capacidad exhortativa de nuestros vecinos. En resumen, la voluntad profunda es nuestra vía de acceso a ser aquello que tanto deseamos a pesar de no saber demasiado sobre ello.
Termino este pequeño texto compartiendo algunos ejemplos expuestos por Leslie Farber en relación a las diferencias entre las dos dimensiones de la voluntad, y las confusiones implícitas en su mala conjugación.
“Puedo desear el saber, pero no la sabiduría; acostarme, pero no dormir; comer, pero no sentir hambre; la mansedumbre, pero no la humildad; la escrupulosidad, pero no la virtud; la autoafirmación, pero no el valor; la lujuria, pero no el amor; la conmiseración, pero no la simpatía; la felicitación, pero no la admiración; la religiosidad, pero no la fe; la lectura, pero no la comprensión”.



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