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La célula familia

  • rbravoruiz
  • 3 jun 2020
  • 4 Min. de lectura

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El filósofo griego Anaxágoras[1] postulaba, en la línea de la moderna física cuántica, que si una partícula es perturbada repercutiría en el universo entero por tratarse de una porción fragmentaria del "cuerpo cósmico", concibiendo con ello una relación de integralidad y correspondencia entre micro y macro. Aquello dice mucho sobre la relación cualitativa entre la parte y el todo, lo que nos orienta entre otras cosas, a apreciar los diversos niveles relacionales que se dan en la naturaleza, con cierto criterio de unitariedad.


En el marco de la interacción familiar comunitaria solemos emplear expresiones como “célula familia”, lo cual trae a colación lo anteriormente expuesto; la célula familia es el elemento base para la conformación del gigantesco cuerpo social, el cual establece sus respectivos caracteres axiológicos, psicosociales y demás, en correspondencia con la célula originaria que lo cimienta, a saber, la familia y en primera instancia el individuo. Nuestro primer corolario es que, al ser la familia la base de la sociedad, su constitución cualitativa será la clave para la adecuada estructuralidad del vecindario, la ciudad, el país, y en última instancia del mundo entero.


El Dr. Enric Corbera[2] postula que la salud del individuo, y la de su entorno familiar, son aspectos eminentemente correspondientes, como la parte en relación al todo. Muchas veces, refiere Corbera, una afección nerviosa, psíquica, o somática presente en un individuo es el resultado de una suerte de “transferencia generacional” recibida por parte de algún otro miembro de su clan familiar, el cual seguramente dejó pendiente la resolución de algún conflicto personal. Dicho conflicto inconcluso, refiere Corbera, quedaría registrado en su árbol genealógico, esperando poder liberar su contenido a través de algún otro miembro o rama del sistema familiar. De ahí la importancia de no dejar pendiente ningún dilema, conflicto, fobia, o cualquier situación que menoscabe la salud emocional y anímica de la persona, por respeto a sí misma, y por poner en práctica una suerte de profilaxis colectiva, basada en la premisa de ser mejor para los demás.


Desde la mirada terapéutica existencial podemos tomar algunas de estas consideraciones para establecer las bases que promuevan una actitud y un compromiso que sustenten un obrar positivo y progresista en nuestro entorno familiar, en donde los proyectos conjuntos muchas veces adolecen de una mirada profunda al interior del núcleo afectivo, y en donde la comunicación se ve amenazada por la absorción del individuo en las profundidades del solipsismo tecnológico.


Es parte de nuestra labor preventiva contribuir con el resarcimiento axiológico/afectivo del individuo y su entorno, por medio de diversos programas de acompañamiento y asistencia personal y grupal, pero sobre todo, nuestra lucha debe extenderse hasta el ámbito educativo, ya que la educación es la mejor estrategia preventiva, y los diferentes paradigmas que buscan difundir las nuevas vertientes de la psicología pueden constituirse como un eje transversal en las diferentes instancias formativas del hombre y su comunidad.

Hablemos por ejemplo de la necesidad de fomentar en la célula familia la importancia del compromiso vital individual y colectivo desde la ponderación del deber ser, es decir, de la misión personal de cada uno más allá de los logros académicos, laborales y sociales, los cuales muchas veces terminarán condicionando a los miembros de un grupo a asumir roles estrictamente ligados a la productividad, el cual es el paradigma moderno del éxito vital, pero que a la postre no nos garantizan la autenticidad y la coherencia manifiestas en el marco de una existencia plenamente dotada de sentido.


Para introducir en nuestros hogares un modelo funcional de prevención, debemos fomentar el diálogo y el encuentro interpersonal, donde la persona sea puesta al centro de todo interés; y cuando hablamos de la persona, nos referimos al ser humano detrás del rol que desempeña en el grupo; no apuntamos al estudiante, al proveedor, al amo o ama de casa; debemos intentar visualizar al individuo y dirigirnos explícitamente a él. Si carecemos de los medios para poder establecer las pautas para dicho diálogo, debemos buscar la asistencia de un profesional que nos ayude a cimentar aquella plataforma comunicacional, donde las personas puedan dirigirse las unas a las otras de manera horizontal, sin categorías ni escalafones.


La fórmula parece ser bastante elemental; si como individuos procuramos vivenciar y reproducir valores, y no sólo pregonarlos demagógicamente, nuestro entorno captará la autenticidad de nuestros actos y se nutrirá gozosamente de ello, lo cual servirá de inspiración para otros núcleos familiares con los cuales hemos de configurar la sociedad y el estado; podemos notar cómo en este modelo de tejido comunitario se vislumbra la intersubjetividad como principio creador.


Así como una piedra perturba la quietud de un charco de agua del centro hasta las orillas, del mismo modo, todo aquello que gestamos a nivel personal incidirá ineludiblemente en el espejo de nuestras relaciones, y de tal condición debitaremos nuestro aporte al sistema social que muchas veces criticamos, pero que muy poco asumimos como el reflejo de nuestra propia conducta.

Atrevámonos a ser el prototipo de nuestras propias utopías.

[1] Filósofo presocrático (500 a/c) se destacó por sus meditaciones sobre la naturaleza y su funcionamiento, y por las primeras nociones del nous (el pensamiento) como concepto antropológico. [2] Psicólogo y naturópata español, creador del sistema terapéutico denominado Bioneuroemoción.

 
 
 

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