Pesimismo Estético vs. Optimismo trágico: Una mirada logoterapéutica al fatalismo literario de E.C.
- rbravoruiz
- 30 may 2020
- 4 Min. de lectura

En principio, advierto que el presente ensayo no busca de ningún modo realizar algún tipo de campaña contra el quehacer literario de Emil Cioran, autor a quien de algún modo admiro y sigo. Sin embargo encuentro en su obra algunos elementos dignos de ser mostrados como parte de una analítica existencial (o un intento de ello), con el único objetivo de comprender ciertos aspectos que bien podrían encuadrarse desde diversas formas de patologías.
No es fácil pretender hablar de una personalidad como Cioran, y menos en contraste con una personalidad como la de Viktor Frankl, pero trataré de plantear ciertos problemas que nos permitan pensar en posibles respuestas. Emil Cioran ante todo representa algo más que un fenómeno literario o filosófico, realmente en ninguno de estos campos alcanzó un descomunal prestigio. Pero si algo debe destacarse en él, más allá de su genio creativo, descomunal bagaje cultural, y agudeza intelectual, es el haber encarnado un conjunto de caracteres de algún modo presentes en muchos de nosotros (narcisismo, fatalismo, pesimismo, cinismo, absurdidad) en un momento histórico en que existe un particular desinterés por las cosas; una suerte de agrado por la apatía, un gusto especial por la fatalidad, es decir, no por los eventos fatales, sino por el convencimiento de que dichos eventos no van a ningún lado. Por la creencia en la vacuidad de sentido.
Pero, ¿quién es Emil Cioran?
Cioran es un pesimista pródigo, un fatalista autoerigido, un hombre brillante que escogió cultivar una mirada del mundo, del hombre, en la que ambos (hombre y mundo) no dan a la talla de lo que potencialmente ya son.
Cioran, en cierto sentido, encarna un extraño espíritu de resistencia a todo aquello que marcha de un modo espontáneo hacia lo coherente, ¿y acaso hay algo más coherente que aceptar que todo apunta a esclarecerse? Nada acontece que no entrañe un sentido, un código oculto, una respuesta encriptada que se resuelve a sí misma por el sólo hecho de aceptar la vida y todo lo que se halla en ella contenida, entendiendo que lo que ocurre es necesario que ocurra. En palabras de Victoria Santa Cruz: “todo obstáculo cumple un rol”.
El sufrimiento para Cioran es justamente aquello que estigmatiza su cosmovisión. Sufrir para Cioran es una experiencia injustificada, accidental, una condición desprovista de funciones, al menos de una función humana. Desde ese lugar su dolor se vuelve cinismo, su martirio se torna en soberbia, una soberbia exquisitamente ornamentada y magistralmente declamada. Su vida, en definitiva, saboreó el efecto del dolor; pero que algo duela no garantiza un sufrimiento genuino, diría Frankl: tal como sufre y madura un homo patiens, aquel cuyo dolor lo eleva más allá de los eventos dolientes, encontrando a posteriori toda una gama de posibilidades axiológicas.
Tampoco desconoció (Cioran) la belleza; una belleza que describe, pero que no dialoga. Una profundidad vertiginosa que le permitió visionar con rigurosa precisión lo bajo que cae el hombre, pero sin advertir, al menos de un modo exaltado, que cuando cae el hombre es el propio suelo que le azota el punto de apoyo que le concede la posibilidad de levantarse, la chance de ser, y de ser más que cuando fue. Su particular forma de sufrir, su vanidad doliente, lo vuelve un referente clave para todos aquellos que no ven sino en el sufrimiento un castigo arbitrario y hueco, un ardid injustificado del destino, una oportunidad justa para desvirtuar la virtud, para sentenciar al futuro y decretar imperativamente que nada vale la pena, excepto claro, darse cuenta de ello y proclamarlo con fastuoso garbo. La paradoja resulta ser que cuando el hombre decreta que nada tiene sentido, es justamente la respuesta quien niega la existencia de la pregunta.
Hasta acá me surge la duda: ¿cuándo debo abrir mi corazón, más allá de los tenues límites que delinean mis pensamientos? Quizás lo que me resulta más disonante en el discurso de Cioran es esa inapelable seguridad que envuelve sus decretos aforísticos; demasiada certidumbre y poco o nada de asombro.
En este contexto no pensé en nada más que en contrastar la perspectiva de Cioran con la de Viktor Frankl, en un amigable cotejo virtual al cual llamo: Pesimismo estético vs Optimismo trágico. Creo que entre ambas cosmovisiones existe una delgada frontera, pero cruzar una en relación a la otra implica una transformación absoluta. La mirada pesimista yace en la inmanencia, es exclusivamente mía, y no distingue nada excepto mi afectación respecto al objeto afectante. Soy yo y mi experiencia doliente. Frankl nos ofrece una contrapropuesta edificante: frente a la tragicidad de la vida existe la opción de ir más allá de todo ello. El hombre no sólo sufre; es también capaz de trascender su sufrimiento, encontrando que más allá de sus límites se encuentra siempre presente algún otro sufriente con quien yo me conduela, a quien pueda yo servir, a quien pueda entender y amar. El amor del otro me valida, justifica mi existencia. En palabras de Carlos Diaz Hernandez: “soy amado, luego existo”.
Para el optimista (trágico) la experiencia sufriente empieza en mí y termina en el otro. Esa otredad la vuelve servicio, y el hallar la alteridad le concede a mi sufrimiento plena significancia. Mi sufrimiento sirve; les sirve a otros. Sufrir me acerca a otros, me humaniza: Atrévete a sufrir.
Optimismo deriva en optimizar. Optimizar recursos, recursos humanos, espirituales, optimizar es construir con aquello con lo que cuento. En toda situación hay con qué construir. Sartre decía: “Un hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”.
Sólo quiero decir algo más: sufrir transforma. Podemos ser objetos de una transformación egoica, estoica, fatalista; puedo volver mi sufrimiento una pieza de museo, apartada de la vida, decorando mi hostilidad, renunciando a percibir en él un profundo significado, una oportunidad para entender que la vida no es fragmentaria, es integrativa y apunta hacia un sentido último, en palabras de Frankl: "Si el hombre encuentra un sentido a su vida y lo hace realidad, experimenta una sensación de felicidad, pero al mismo tiempo se capacita para hacer frente al sufrimiento."



Comentarios