Una Maestra Peruana (Primera parte)
- rbravoruiz
- 14 sept 2020
- 8 Min. de lectura
Actualizado: 17 sept 2020

Conocí a Victoria Santa Cruz aproximadamente en el año 2001, a través de unas grabaciones en cinta -o casete- de algunas de sus entrevistas y ponencias que mi madre atesora hasta el día de la fecha, desde tiempos en que fuera su alumna por casi diez años (1974-1983) al formar parte del elenco de bailarinas del Conjunto Nacional De Folklore, en aquellos tiempos regido por el desaparecido INC. Cuenta mi madre hermosas anécdotas que reflejan completamente la personalidad y el genio de Victoria; esa divina capacidad, entre muchas otras, de remitir al momento presente a un grupo de estudiantes, invitándolos a vivenciar al máximo su capacidad de estar ahí, de absorberse sin límites en las profundidades de la atención, de la escucha activa, del ritmo interior. “Ella nos ponía a tocar el cajón peruano, aun cuando nunca lo habíamos hecho, y en el momento en que menos lo pensábamos ya estábamos tocándolo por primera vez”. También me contó que, al distraerse, por contemplarse asombrada tocando el cajón, recibía la llamada de atención de Victoria: “¿Por qué piensas?, ya te saliste”; “no sé cómo se daba cuenta, pero sabía cuándo alguien perdía la conexión”, señala mi madre.
Un tiempo después con mucha curiosidad y expectativa vi una entrevista que le hiciera el desaparecido Marco Aurelio Denegri[1], en torno a su participación en una obra multiautoral perteneciente al fondo editorial del congreso, titulada: “El Perú en los albores del siglo XX”; la participación de Victoria en dicha obra corresponde al capítulo llamado “El importante rol que cumple el obstáculo”, título que desde ya, nos habla de la línea de acción y pensamiento en que se centra la mayor parte del trabajo de Victoria Santa Cruz.
En la entrevista, llama mucho la atención el contraste casi inconciliable entre ambos personajes. Marco Aurelio Denegri erudito en muchas materias, sesudo, crítico, altamente reflexivo, documentado y polemizante; es inevitable sin embargo dejar de percibir su visión teorética, casi dogmática de las cosas. Victoria, a su vez, habla desde las mismas entrañas de la experiencia, desde la multiplicidad de actos que ha cultivado, a decir de ella, desde una memoria ancestral. Es casi como ver dialogar a los dos hemisferios del cerebro, una parte analizada invitando a la analítica a la acción.
El trabajo de Victoria representa todo un fenómeno que puede ser abordado desde diferentes flancos; encuentro en su trabajo reminiscencias de análisis antropológico, filosófico, cosmovisional e incluso psicológico, y claro, todo ello sobre la base de una descripción rigurosa de la experiencia artística como punto de partida para remitirse a la experiencia orgánica. Dice Victoria que el saber comienza con la exploración del cuerpo, aquello es la base de toda meditación[2].
Sin embargo, algo que llama poderosamente mi atención es que ninguna de las disciplinas anteriormente mencionadas, que se conjugan entre sí para tratar de concebir el aporte de Victoria, son suficientes por sí mismas para lograrlo. Victoria nos demuestra que las inquietudes humanas, en conexión con las verdades universales, son trascendentales a todo formato de expresión, volviéndose necesaria la multidisciplinariedad para intentar comunicar dichas verdades a través del cuerpo, de la experiencia. En este sentido se me viene a la mente el trabajo de luminarias como Jhon Cage[3], Karlheinz Stockhausen[4], o colectivos artísticos como Fluxus[5] quienes pusieron de manifiesto que, ante un álgido, intenso y profundo compromiso del artista con la necesidad de expresar aquello que iba descubriendo en la consagración a su trabajo, surgía de pronto la necesidad de emplear nuevos lenguajes; la información que llegaba a su conciencia ya no podía comunicarla por un solo medio.
Pero, más allá de lo meramente instrumental, Victoria descubre que las expresiones artísticas constituyen un medio para alcanzar una mayor comprensión del ser. Toda intuición, al ser cultivada, deviene en estados de conciencia cada vez más finos, y la consolidación y desarrollo de dichos estados de conciencia van nutriendo la cosmovisión del individuo comprometido con la búsqueda de nuevas verdades, todas las cuales, constituyen desarrollos parciales de una verdad última, la cual se decanta hasta el infinito. El problema, señala Victoria, estriba en la fragmentación del individuo, fragmentación la cual acontece a partir de una serie de fenómenos culturales, los cuales probablemente sean más notorios en el mundo occidental, y que traen como consecuencia el que los seres humanos en la actualidad hagamos, pensemos y digamos tres cosas completamente disímiles entre sí. Esta escisión o división va a ser el punto de partida para configurar la conflictuante desconexión del individuo con su entorno, con la naturaleza, con otros seres humanos y por último, con las verdades ontológicas que subyacen a la realidad. Desde ese lugar, y sin ánimos de profundizar en aspectos teóricos ajenos al análisis del presente texto, me es inevitable pensar en los paradigmas cartesianos que una y otra vez la escuela existencialista va a denunciar en defensa de una visión integrativa de las cosas, la cual anida, por otro lado, en el corazón de la ancestralidad de oriente, donde el sujeto es concebido en unidad dinámica con el todo. No hay sujeto y mundo; hay sujeto-mundo, en una relación permanente de interdependencia y desarrollo dialéctico. Victoria maneja todos estos principios sin siquiera hablar de ellos.
Quizá lo que más me atrae del trabajo de Victoria es precisamente que a través de sus claves pedagógicas encuentro la confirmación de todo aquello que plantean las escuelas de pensamiento que más me gustan, pero que en un sentido, son difícilmente llevables a la práctica, de no ser por la realización de aquellos seres especiales dotados de una divina capacidad para concretar los más altos ideales, aunque en realidad es al revés; los más altos ideales se hacen realidad a través del quehacer de estas maravillosas personalidades.
¿Cómo hacer realidad aquello de encontrar el rol implícito en el obstáculo? La pregunta, desde ya, posee un carácter ambrosiaco para el potencial especulativo de la mente filosófica, mas, una respuesta concreta y erigida desde el fuego del quehacer cotidiano emana de la privilegiada mente de Victoria: la respuesta es estar presente. Toda fragmentación comienza por escapar del presente; por vivir en la invocación nostálgica del pasado, o en la proyección compulsiva del futuro, y no nos damos cuenta que pasado y futuro son meras consecuencias de habitar el presente: nos olvidamos de estar. Victoria va a llamar al estar presente el mayor compromiso que puede adquirir el ser humano. Estar presente implica responder con integridad desde el único lugar en el que podemos ser completamente íntegros: el instante mismo, el aquí y el ahora.
Desarrollaré un poco esta última idea, ya que soy conciente de lo saturada que ha sido dicha noción, a tal punto, y sin ánimos de criticar a nadie, que hoy en día suena casi como un eslogan de la nueva era. Cito a Victoria, y luego intentaré realizar un pormenorizado análisis de su planteo: “Si la unión no se cumple en su rítmico momento, la tensión se dilata, deviniendo en reacción. Separándose los componentes que producirían la calidad orgánica, y por arritmia, por desconexión, son rechazados de la estructura” (2004, pág. 40)
Para comenzar, la estructura a la cual se refiere Victoria, al final de esta frase, es nada menos que la estructura de la realidad, por lo cual, aquello que va a ser rechazado por la realidad desde su núcleo básico es todo aquello que se contraponga al ritmo interior de los sucesos. El mundo es devenir, es una construcción permanente, un desarrollo constante, de ninguna manera se trata de algo estático y acabado. Este devenir posee, como todo movimiento, una cadencia natural, un ritmo, una musicalidad inherente. Dicho movimiento invita a todas sus partes, los seres humanos incluidos, a formar parte de su cadencia, a adaptarse a su ritmo interior produciéndose una suerte de danza. La palabra danza, señala Victoria, proviene de la voz teutona danzen, la cual a su vez deriva del sánscrito tan, lo cual podría traducirse como tensión. El mundo en su permanente movimiento despliega una tensión natural, dicha tensión posee un tiempo inherente, un compás específico, y todos aquellos eventos que no correspondan con este, han de ser rechazados por la realidad deviniendo aquello en incomodidad, aburrimiento, tedio, ansiedad, malestar, enfermedad. Podríamos resumirlo de esta manera: el llamado orden cósmico no es otra cosa que un patrón rítmico cuyo tiempo lo marca el presente.
Todo aquello constituye una experiencia que va a revelarse únicamente en la subjetividad de aquel que tenga el coraje de remitirse al presente, razón por la cual, no es posible compartirlo teóricamente. No hay manera de transmitir una experiencia sino por la vía de la experiencia. Todo aquello que se limite a planteamientos teóricos termina por constreñir la mirada del analista, lo que el filósofo alemán Max Scheler llamaría “ceguera axiológica” o la incapacidad de ver aquello que no forma parte de mi panorama vivencial. En palabras de Heinz von Foerster[6]: “no se puede ver que no se ve lo que no se ve”.
Vivir la experiencia constituye para Victoria la única posibilidad de contraer conocimiento orgánico, en palabras suyas un sabor-saber que hacemos propio en la medida que lo podamos degustar con el paladar de nuestro accionar diario. Por otro lado, la remisión de mi hacer cotidiano a mi particular compromiso de vida, constituye una vía para acceder de lo particular a lo universal. Este aspecto es particularmente interesante pues resulta ser un punto de encuentro de diversas concepciones filosóficas de oriente y occidente. Para el hinduismo, por ejemplo, únicamente el camino del dharma[7] va a concederme el acceso a la comprensión última o autorrealización, y es precisamente la primera lección que Krsna imparte a Arjuna en el campo de batalla[8].
A su vez Martin Heidegger diría que únicamente el acceso a las verdades ontológicas es posible a través de la remisión del dasein[9] al mundo de sus posibilidades inmediatas (de lo óntico a lo ontológico). Viktor Frankl, desde su lenguaje logoterapéutico, plantea que el sentido último de la vida (suprasentido) sólo puede ser alcanzado por aquellos plenamente circunscritos a su sentido del momento, a su día a día[10].
Todas estas convergencias revelan que el camino a la verdad se constituye de diversos senderos, y nuestra preferencia por una ruta y no por otras, nos habla de la ilimitada diversidad de estilos, caracteres, naturalezas y matices que conforman la experiencia individual. Todos estos puntos de encuentro son una evidencia inequívoca de la unidad en diversidad que promueve todo acercamiento sincero a la verdad.
Victoria parte de la exploración de las posibilidades rítmicas afroperuanas (lo particular) para descubrir en un momento que, “no obstante africano, esto es cósmico” (lo universal), invitándonos a dar un salto de fe y asumir nuestra vida como el único medio para conocer la realidad. Estar presente es el arte de responder con integridad a la pregunta que una y otra vez la vida nos presenta, ¿quién soy yo?
Respetamos toda tradición que nos comparta respuestas, claves, saberes, pautas de acción, guías; pero convengamos que nada es gratuito, todo demanda de una cuota progresiva de esfuerzo. “Busca y serás encontrado” (2004, pág. 91).
[1] https://www.youtube.com/watch?v=DMu6BkUJ-Os [2] “La conexión y afinamiento con el cuerpo físico es primero para alcanzar, después, el nivel psíquico que posteriormente propiciará el reencuentro con el nivel espiritual (2004, pag.64). [3] https://www.biografiasyvidas.com/biografia/c/cage_john.htm [4] https://www.biografiasyvidas.com/biografia/s/stockhausen.htm [5] https://masdearte.com/movimientos/fluxus/ [6] https://es.wikipedia.org/wiki/Heinz_von_Foerster [7] Deber, función, misión. [8] Bhagavad Gita 2. 31; 2. 28; 2. 47; 2.51. [9] Ser-ahí. [10] Para un mayor desarrollo de este concepto, recomiendo el libro “El hombre en busca del sentido último”, del Dr. Viktor Frankl (no confundir con “El hombre en busca del sentido”). Bibliografía
-Santa Cruz Gamarra, Victoria Eugenia. Seminario Afroperuano De Artes Y Letras. 2004.



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